Hace exactamente 43 años que el mundo perdió a uno de los hombres más sobresalientes en la lucha por los derechos civiles. Me refiero a Martin Luther King Jr. la persona que enseñó al mundo que “a través de la violencia se puede matar al que odias, pero no puedes matar el odio”.
Creo que sería bueno que los jóvenes recordaran su lucha, que tuvieran la contundente sentencia que Luther King hiciera en su tiempo y que aún sigue, desgraciadamente, vigente: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”, porque deben saber que ellos tienen las más valiosas palabras y la posibilidad de realizar los actos más sublimes para cambiar la precaria realidad del país: esa infame situación que los adultos no sólo hemos sido incapaces de transformarla para bien, sino de empeorarla.
Indudablemente, Luther King es uno de los más notables personajes del siglo pasado. Él lucho, mediante la no violencia, contra del salvajismo humano para lograr la libertad real de los negros en los Estados Unidos.
King fue un líder pacifista cuyas ideas y acciones trascenderían las fronteras de su tiempo y de su país, impactando para siempre la consecución de los derechos de los más desposeídos del planeta; fue un ser humano cuyas ideas aún siguen cimbrando la conciencia de la humanidad.
Lucha sin fin
Martin Luther King (1929-1968), hombre religioso de esperanza férrea, fue ministro de la Iglesia Baptista y fundador de la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos. Se le recuerda —inspirado por Gandhi— por el impulso de la lucha no violenta. Debido a su lucha pacifista por la reivindicación de la igualdad entre las personas, en 1964 recibió el Premio Nobel de la Paz.
Luther King deseaba un mundo diferente, donde la justicia, la igualdad y la paz predominaran. En eso consistió su lucha. Su cruzada fue agobiante: víctima de la persecución constante y de las más terribles difamaciones por parte del Gobierno. Hostigado y acosado sistemáticamente por el FBI y otras agencias de inteligencia del Gobierno de Estados Unidos.
Finalmente, James Earl Ray, un hombre blanco que había escapado de la prisión, lo asesinó. Tenía apenas 39 años de edad. Murió el hombre, pero jamás sus ideas, mismas que su propio país aún no sigue del todo.
El gran discurso
Tal vez, uno de los discursos más conocidos del siglo pasado sea el que Martin Luther pronunció en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica marcha en Washington el 28 agosto de 1963.
Insisto, los jóvenes requieren conocer esta proclama, a fin de sensibilizarlos sobre lo mucho que hoy, en el siglo 21, aún falta por emprender a favor de esa mayoría de seres humanos que habitan en el planeta —particularmente en México— y que, en bastantes ámbitos de sus vidas, aún son despojados de los más elementales derechos humanos.
Es un discurso que trata de un sueño que actualmente aún no se consuma.
A continuación transcribo un fragmento del mismo con la recomendación de que el lector se regale el tiempo de buscarlo para leerlo en su totalidad:
“Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano.
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: afirmamos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres son creados iguales.
“Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
“Sueño que un día, incluso el estado de Misisipi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
“Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad”.
¡Hoy tengo un sueño!
“Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas”.
¡Hoy tengo un sueño!
“Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
“Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
“Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado: Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad. Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.
“Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipi! De cada costado de la montaña, que repique la libertad.
“Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: ¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!”.
Aún falta mucho
Ciertamente, en los Estados Unidos bastante se ha logrado en contra del racismo, pero poco por los pobres. En México, en cambio, casi nada se ha hecho para eliminar la discriminación (en nuestro caso en contra de los indígenas); poco se ha caminado para revindicar los derechos de las mujeres, niños, ancianos y de las personas que socialmente se “ven” diferentes y casi nada se ha logrado para que en el país se erradique la pobreza, la más cruel de todas las discriminaciones.
Martin Luther King fue un ser humano que se atrevió a soñar y a luchar por sus creencias, no temió a la muerte y más aún: se aventuró a enfrentar la ideología e intolerancia del país más poderoso del mundo obligándolo a cambiar para siempre.
Qué bueno, entonces, que su voz de hombre universal, continúe cimbrando la conciencia del mundo en general y de los mexicanos en particular, por lo menos en la de aquellos que aún la tienen a favor de los olvidados, marginados y desprotegidos.
Hoy que priva la intolerancia y el abuso a los derechos civiles es conveniente recordar la doctrina que este hombre universal legó al mundo, acordar a este ser humano repleto de esperanza que alguna vez también dijera: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.